miércoles, 13 de octubre de 2010

La influencia del trastorno de angustia de Miguel de Unamuno en su pensamiento y creatividad

La influencia del trastorno de angustia de Miguel de Unamuno en su pensamiento y creatividad .Dra. Maite Cañas
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   Buenas tardes, quiero agradecer vuestra presencia a todos vosotros y   dar las gracias a los organizadores del congreso, a Paco Primo y a Emilio González,  por su invitación a formar parte de esta mesa. Ni que decir tiene que estoy encantada de estar hoy aquí, en Palencia, la ciudad que para mí más que mi ciudad adoptiva es mi ciudad madrastra, dispuesta a hablar de ese tema apasionante sobre el que tanto nos gusta escudriñar a los psiquiatras, que es el de la relación entre el arte y la mente. “Arte y mente: una intrigante y peligrosa relación” es el título de la mesa de esta tarde. Y cuando me propusieron el tema en seguida tuve claro que de lo que tenía que hablar hoy era, sin lugar a dudas, de la intrigante y peligrosa relación que existe entre la escritura de un autor que también tuvo una ciudad madrastra castellana y algo que denominamos un síntoma mental: la angustia.
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(2) El autor es D. Miguel de Unamuno y la ciudad es Salamanca, aunque este escritor también tuvo bastante relación con Palencia, su hijo mayor vivió aquí y uno de sus poemas más famosos está dedicado al Cristo yaciente de la buena muerte del Monasterio de las Clara de Palencia, que si alguno no conoce podría aprovechar para visitar, ya que el Cristo es impresionante, aunque no lo es exactamente por su belleza. Pues bien, durante su exilio en París, Miguel de Unamuno reflejaba en su ensayo La agonía del cristianismo cómo la contemplación del páramo
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de la estepa, en Palencia le aquietaba el alma.  No me parece mala idea, por tanto, que más de 80 años después de que él escribiera estas letras, un puñado de psiquiatras, en esa misma Palencia aquietadora de su alma, revivifiquemos su angustia y aprendamos de ella, porque lo que realmente estaría bien es que hoy, gracias a esta relación que mantuvo de forma arrojada y valiente D. Miguel con su angustia y que no vaciló en describir, conozcamos nosotros, “los terapeutas de la angustia  por excelencia”, un poco mejor como tratarla.

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Y lo primero que debo decir es que puede que algunas personas no estén de acuerdo con el título que aparece en el programa. Puede que haya algunas dudas
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sobre si la angustia que sufrió Unamuno debería llamarse patológica, si es o no realmente un trastorno. Quizás es de eso de lo que debamos hablar hoy. Y ello a pesar de que las manifestaciones que dejó sobre su angustia, como veremos, cumplen por goleada los criterios de nuestro archiusado DSM IV y además, él llegó a considerar en ocasiones estas crisis como patológicas. Pero también él, y con él todos los estudiosos de su figura y de su obra, han considerado esas crisis mucho más que lo que los de la APA llamarían hoy en día un trastorno de angustia. Las han considerado el acicate de su creatividad. Y la mejor manera que se me ocurre de explicarme esta paradoja, o sea, esto de que algo sea al mismo tiempo un trastorno y un empuje para la creación y para la vida, es como lo hace Thomas Mann
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con una metáfora que me gusta especialmente. Es la siguiente:

“la enfermedad creativa, la que lleva consigo la creatividad, la que cabalga a lomos de su brioso corcel por encima de cualquier obstáculo y salta con ebrio arrojo de cima en cima, es mil veces más valiosa para la vida que la salud. No hay nada más absurdo que decir que la enfermedad sólo engendra enfermedad. (La persona creativa) toma el producto inagotable de la enfermedad y, sólo con eso, lo transforma en salud...” (Thomas Mann).

Y mi intención es ver si esto es aplicable a los síntomas de angustia que sufrió Unamuno

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D. Miguel debió padecer crisis de angustia desde muy joven. En su primera  novela Paz en la Guerra, publicada en el año 1896 y que tardó nada más ni nada menos, que 10 años en escribir. Pachico, personaje con una gran carga autobiográfica, sufre también crisis de angustia. Y de esta forma tan bella y también tan ajustada a nuestros criterios diagnósticos nos las describe el propio Don Miguel: “Reflexiones (sobre el misterio del tiempo) le llevaban en la oscuridad solitaria de la noche a la emoción de la muerte, emoción viva que le hacía temblar a la idea del momento, en que le cogiera el sueño, aplanado ante el pensamiento de que un día habría que dormirse para no despertar. Era un terror loco a la nada, a hallarse solo en el tiempo vacío, terror loco que sacudiéndole el corazón en palpitaciones, le hacía soñar que, falto de aire, ahogado, caía continuamente y sin descanso en el vacío eterno, con terrible caída. Aterrábale menos que la nada el infierno, que era en él representación muerta y fría, mas representación de vida al fin y al cabo” (p. 198)
Pero sin lugar a dudas la crisis de angustia más famosa de Unamuno, aquella que ha hecho correr ríos de tinta y ha sido interpretada repetidamente como el pivote para su cambio de pensamiento, o mejor dicho, el cambio en su posición ante la propia existencia, es la crisis que sufre la noche del 21 o 22 de Marzo de 1897.
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Esa noche, como pasaremos a ver ahora, padece una crisis de pánico pero en realidad lo que padece es mucho más que una crisis de pánico. En esta fecha Don Miguel tiene 33 años, está casado con su novia de toda la vida, Concha Lizárraga y es desde hace casi 6 años catedrático de Griego de la Universidad de Salamanca. Por ese entonces tiene 3 hijos. El más pequeño, Raimundín que tiene un año, ha enfermado hace unos meses de meningitis lo que le produce una hidrocefalia y la parálisis de una mano. Raimundín moriría cinco años más tarde, en 1902. Este hecho, su hijo gravemente enfermo va a estar muy presente en esta crisis y en la interpretación de la crisis que hace tanto el propio Unamuno como los estudiosos de su pensamiento. Pero también se han destacado otros factores biográficos en la aparición de este periodo de cambio que debuta o culmina, no sabría como decirlo, en una crisis de pánico. Uno de estos factores es su pensamiento materialista influido por las lecturas de Hegel y Spencer y el consecuente alejamiento de la fe religiosa de su niñez (situación espiritual que como veremos para el autor es primordial en la aparición de la crisis). Otros factores que han sido invocados en ella son: su alejamiento del partido socialista y la grave situación de España en las colonias, fundamentalmente en Cuba.  

¿y qué pasó aquella noche de Marzo? su biógrafo Emilio Salcedo nos lo cuenta de la siguiente forma: “D. Miguel no puede dormir. Da vueltas en la cama, como otras tantas noches, con desasosiego. De pronto, siente que el corazón le falla, tiene de forma repentina conciencia del vacío, de la nada, se siente no existiendo, y nacen en él la angustia, la congoja de la muerte, la sensación y el dolor de la angina de pecho y un llanto incontenible le desborda los ojos y el corazón. Su mujer, Doña Concha, asustada, le abraza, le acaricia y le pregunta: ¿Qué tienes, hijo mío?”


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Esta reacción de su mujer, así como la misma crisis, será recordada varias veces en sus obras. Por ejemplo, en La vida de Don Quijote y Sancho, donde dice, como vemos en esta diapositiva: “Hay quien no descubre la hondura toda del cariño que su mujer le guarda sino al oírla, en momentos de congoja, un desgarrador ¡hijo mío!, yendo a estrecharle maternalmente entre sus brazos. Todo amor de mujer es, si verdadero y entrañable, amor de madre; la mujer prohija a quien ama”. y también, con un sentido casi religioso, en Como se hace una novela, escrita 30 años más tarde durante su exilio en París lo que da a entender de qué forma esa frase de Doña Concha “¿Qué tienes, hijo mío?” le caló hasta lo más hondo de su corazón y para siempre
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¿Y qué es lo que hace Don Miguel esa noche de Marzo en la que aún no existían trankimazines para ponerse debajo de la lengua? Se levanta de la cama y sale por las calles de la ciudad dormida en la madrugada camino del convento de los dominicos. Es fácil imaginar la sorpresa del hermano portero ante el catedrático que, a aquellas horas, aporrea la puerta. En su casa no saben donde está. Falta tres días a sus clases en la Universidad y permanece encerrado en una celda del convento de San Esteban rezando de cara a la pared y buscando desesperadamente encontrar la fe de su infancia.  Vuelve a casa a los tres días y empieza un diario llamado Diario íntimo, que nos da una idea de su desgarradora angustia, congoja y soledad, pero sobre todo, de su búsqueda de la fe.
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Escrito, como diría él, con las entrañas, está lleno de citas de la Biblia, citas de distintos teólogos junto con confidencias de la tragedia personal que está viviendo. Son notas personales que D. Miguel seguramente no pensó que salieran a la luz nunca y su sinceridad es total. Este diario se inicia, no en balde, con un apunte sobre la enfermedad de su hijo Raimundín: “Qué mala mano Susana –escribe pensando en su hermana monja, que había sido madrina del pequeño -. De noche me levanto a pasearle; besos más ahincados. Mis dos otros niños hacían mi orgullo; a la desgracia de éste se une una estúpida vanidad”

En este diario, nombrará en más de una ocasión sus crisis de angustia. Por ejemplo, dice, como vemos en esta diapositiva: “De la muerte. Tristeza al despertar de noche y encontrarme una mano dormida. Me apresuro a moverla y tocarla, preocupado de si la tengo muerta y sea y es la muerte que por ella viene. Terror de la noche en que me incorporé con palpitaciones” (p.61).
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Referirá ideas de suicidio, que como sabemos acompañan con frecuencia los trastornos de angustia y sobre las cuales ha dejado constancia en varias ocasiones a lo largo de su vida. Así, comenta en el Diario: “Esto es insufrible. Ahora me persigue la idea de suicidio. Hace un rato pensaba en si me inyectara una fuerte cantidad de morfina para dormirme para siempre” (p. 113). También expresa en varias ocasiones su visión de la crisis como algo patológico y su temor a volverse loco. Por ejemplo, El 28 de abril de 1897 escribe: “Cada vez que vuelvo a mi sueño, cada vez que siento un retroceso y me pongo en mi modo de pensar y de sentir de los años pasados, se me ocurre esta idea: ¿estaré loco? Esto es horrible”. Y algo más tardía es la siguiente nota en la que claramente expresa su concepción de lo que le pasa como una enfermedad de la que hay que curarse: “Yo no sé lo que me pasa. Que me cuide, que me serene, que me tranquilice, que hago falta a los demás, que no abandone las tareas literarias. A mí mismo me hago falta y si Dios me cura ¡que mi curación sea principio de otras!” (Diario intimo, p. 117). Y, como he dicho anteriormente, comenzará con su crítica feroz al intelectualismo, crítica que no abandonará nunca a partir de entonces, como en el siguiente párrafo en el que terminará refiriéndose a su hijo, preso de una dolorosa ternura: “Es una enfermedad terrible el intelectualismo, y tanto más terrible cuanto que se vive en ella tranquilamente, sin conocerla; es tan terrible como la locura o el idiotismo, en que se dicen que ni el loco ni el idiota sufren, pues no conocen su mal, y aún pueden vivir contentos. No hace más que reírse Raimundín (p.70)”.

Ahora mismo pasaré a comentar como interpreta D. Miguel esta angustia y como la hace fundamento de su filosofía pero antes os diré que siguió sufriendo crisis de este tipo toda su vida
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Tras la superación de la de 1897 siguió con síntomas larvados, que se exacerbaron en 1906, en el que vuelven a incrementarse los síntomas de desasosiego y de angustia: tiene insomnio, se despierta sobresaltado con la mano y el brazo izquierdo dormidos, tiene palpitaciones, fatiga, dolores musculares que le parecen presagios de la angina de pecho y trastornos gástricos. En octubre de 1910 presenta una nueva reagudización de los síntomas y escribe a un gran amigo suyo, el doctor Manuel Laranjeira, portugués, “Los médicos llaman a esto aprensión; otros, neurastenia. ¡Palabras! El brazo izquierdo dolorido de continuo, y hace 2 meses -la carta tiene fecha del 11 de Marzo de 1911- terribles insomnios. Ahora estoy mejor y me cuido. Me he tomado la presión arterial y tengo un estado hipertensivo. Y como todo cardiópata acaba en neurópata,  mis nervios están de punta” Este amigo, el doctor Lanjareira se suicidaría  un año más tarde lo que impresionó vivamente a Unamuno y recordando este suicidio confesará 3 años más tarde a Manuel Machado: “Y ahora, amigo Machado, aquí, para entre los dos, y al oído, que no lo oiga otro: Mire, a mí se me ha ocurrido cien veces lo mismo; pero si no me he pegado un tiro es porque tengo mujer y ocho hijos que mantener, porque no me va tan mal la vida, gracias a mi pesimismo, que ahorra desengaños, y sobre todo porque abrigo muchas dudas de que la muerte, y más si es voluntaria, sea medio de salir de la duda, de la única que vale” (Salcedo, p. 167). Curiosamente, estas dos crisis de 1906 y 1910 aparecen en periodos de sosiego de su vida exterior, en una época en que Miguel de Unamuno es aclamado y apreciado por sus obras. Estos años son años muy prolíficos en los publicará gran parte de sus obras más renombradas.

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En 1923 es el golpe de estado del general Primo de Rivera, Unamuno se posiciona en contra de él y es deportado a Fuerteventura, donde pasa cuatro meses. Es indultado pero el propio autor se autoexilia en París, donde reside solo, la familia ha quedado en Salamanca y donde se van a agravar sus síntomas de angustia como aparece reflejado en su obrita Como se hace una novela. En Agosto de 1925 decide trasladarse a Hendaya, donde permanecerá hasta la caída de primo de Rivera en Enero de 1930 y donde deja reflejada su angustia en varios poemas.
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Tras la caída del dictador vuelve a España donde es aclamado y agasajado, se le repone en su cátedra de Salamanca y tras la proclamación de la segunda república es nombrado alcalde honorario de Salamanca y, de nuevo, rector de su Universidad, cargo que había ocupado con anterioridad desde 1900 a 1914, fecha en la que fue destituido. También es elegido diputado a Cortes constituyentes en 1931. Un año más tarde empiezan sus críticas al gobierno republicano, en 1934 muere su mujer, sigue atacando agriamente al gobierno en la prensa, y tras el levantamiento nacional en 1936, manifiesta su adhesión a éste por lo que es destituido de todos sus cargos por el gobierno republicano.


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El 12 de Octubre de 1936 se hace en el Paraninfo de Salamanca, tomada por los insurgentes, un acto literario en honor de la festividad de la Raza. Al acto acude, Pemán, Carmen Polo de Franco y el general Millán Astray, entre otros. Lo preside Don Miguel. Hablan los demás conferenciantes, que glosan las esencias del movimiento nacional insurrecto. Cuando concluye el último orador D. Miguel se pone en pie y empieza a hablar y, a mi entender, alcanza su máxima gloria en cuanto a discípulo ejemplar del modelo que él admiró toda su vida y que fue, curiosamente, Don Quijote en su sentido más romántico. Dice heroicamente D. Miguel entre otras cosas: “Se ha hablado aquí de guerra internacional en defensa de la civilización cristiana; yo mismo lo he hecho otras veces. Pero no, la nuestra es sólo una guerra incivil... Vencer no es convencer, y no se puede convencer el odio que no deja lugar para la compasión: el odio a la inteligencia que es crítica y diferenciadora, inquisitiva, más no de inquisición...” El general Millan Astray se levanta y grita “Mueran los intelectuales, Viva la muerte” y Unamuno sale, llevado casi como un fardo, protegido por el brazo de Carmen Polo de Franco mientras se oyen voces que le llaman rojo y traidor. El gobierno de Franco le destituye de todos sus cargos y nuestro autor muere, dos meses más tarde, el 31 de Diciembre de 1936 en su casa de Salamanca, silenciosamente, mientras le visitaba un amigo.
Esta es su biografía, y como él mismo dice es la propia biografía del filósofo la que más cosas explica sobre su filosofía. Como ya he expresado antes, es en esa famosa crisis de 1897 cuando el pensamiento de D. Miguel da un giro de 180º. Si hasta entonces se había caracterizado por un pensamiento intelectualista, en el que expresa su entusiasmo por la ciencia y por el progreso que esta aporta, a partir de la crisis va a dejar de identificar la razón con la verdad y abandonará para siempre su admiración por el pensamiento materialista.
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Dice María Zambrano en su libro sobre el autor que esta crisis es “una especie de aceptación, un paradójico decidirse a sufrir lo que ya era y en él vivía. No se trató de una conversión, ni de la irrupción violenta de la gracia, ni de un cambio de convicciones filosóficas, sino de una apertura de su conciencia a su alma, de su corazón y aún de sus entrañas –palabra que hizo tan propia- a su conciencia...” (169).   
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De ahora en adelante este autor va a defender que el hombre es tanto un animal sentimental y volitivo como racional. Y que la verdad está en la contradicción irresoluble entre lo nos dice el sentimiento y lo que dice la cabeza especialmente en lo que se refiere a lo que él llama el  problema primordial del hombre, que es la existencia de la inmortalidad del alma. Dice: “la inmortalidad del alma individual es un contrasentido lógico, es algo, no sólo irracional, sino contra-racional; pero lo que siento (se refiere al anhelo de inmortalidad y a la vacuidad del esfuerzo humano si esta no existe) es una verdad, tan verdad como lo que veo, toco, oigo y se me demuestra –yo creo que más verdad aún -y la sinceridad me obliga a no ocultar mis sentimientos”. Pues bien esta contradicción conlleva a una lucha permanente entre el corazón y la cabeza, entre la fe y la razón, lucha que produce angustia, congoja le llama él, agonía, pero que Unamuno va a anhelar y propiciar
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porque, dice, esta lucha, esta incertidumbre lleva a lo que llama el fondo del abismo, que es el de la libertad y base del sentimiento trágico de la vida, sentimiento desesperado que va a ser a su vez (cito textualmente) “base de una vida vigorosa, de una acción eficaz, de una ética, de una estética, de una religión y hasta de una lógica”...esta desesperación , dice, puede ser fuente de acción y de labor humana, hondamente humana y de solidaridad y hasta de progreso, esta incertidumbre puede ser y es base de la moral. STV 23)”… Así, como Thomas Mann hablará como esa angustia va a ser fuente de salud. Dice: “¿Enfermedad? Tal vez lo sea como la vida misma a que va presa, y la única salud posible, la muerte; pero esa enfermedad es el manantial de toda salud poderosa. De lo hondo de esa congoja, del abismo del sentimiento de nuestra mortalidad, se sale a la luz de otro cielo, como de lo hondo del Infierno  salio Dante a ver las estrellas (STV 60)”.  
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Unamuno dirá que esta desesperación es la forma constitutiva de la conciencia y el sentimiento matriz de la libertad. Desde esta desesperación, refiere, surge una intrépida actitud, y se convierte en incertidumbre que es creadora y salvadora, incertidumbre que dará lugar a la creación desesperada (“Sólo existe el que obra”, dice) y a la compasión hacia los demás ante la menesterosidad del ser mortal que desde su miseria se siente ligado a otros en la empresa trágica heroica de salvarse de la muerte.

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Se une, por tanto, D. Miguel de Unamuno a otros filósofos existencialistas en esta consideración de la angustia como “una aventura que todos los hombres tienen que correr”, en palabras de su admirado Kierkegaard, para quien la angustia es la posibilidad de la libertad y escribió que quien haya aprendido a angustiarse de la debida forma ha alcanzado el saber supremo. Unamuno consideraba a Kierkegaard su alma gemela y como seguramente conoceréis, aprendió danés exclusivamente para poder leerlo y tradujo varias obras suyas. También Heidegger consideró la angustia como una manifestación salvadora que reacciona aumentando de intensidad cuando existimos impropiamente y que supone un aviso de que debemos salir de esta existencia decaída para vivir con autenticidad o propiedad(he seguido en esta exposición y en especial para esta interpretación de Heidegger,  el ensayo sobre la angustia que ha escrito D. Pedro Gómez Bosque)

En realidad, lo que uno se pregunta tras conocer la, llamémosla, patobiografía de Unamuno y su pensamiento es si lo que llamamos angustia patológica es diferente a esta angustia que estos pensadores han considerado imprescindible y enriquecedora. ¿es realmente, como decía López Ibor,  la angustia patológica más somatizada, más física, que la angustia existencial? ¿Es diferente en calidad o por el contrario sólo en intensidad una de la otra?
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En alguno de los escritos de Unamuno podría entenderse que él pensaba que había diferentes tipos de angustia como sucede en este apunte que recogió ya en su madurez ante el soberbio paisaje castellano de la peña de Francia. Dice: “aunque la angustia -¡y era grande!- me privara de mirarlas con el sosiego que la contemplación estética exige, nunca comprendí mejor su metáfora. Porque hubo momentos en que creí que se me iba a parar el corazón o a estallárseme o cuajárseme la sangre. Y a la angustia física se unió la moral, la angustia religiosa, la angustia metafísica” Pero también surge, al leer sus escritos,  la sospecha de que la diferencia entre la angustia patológica y la que llamamos saludable podría depender exclusivamente de la manera de entenderla y de vivirla 
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O sea, que el que designemos una angustia patológica o no dependería sólo de que la persona decidiera acudir a consulta o por el contrario asumirla y entonces pasaría a formar parte de lo que Kierkegaad denomina “la aventura que hay que correr”. Y si esto es así, entonces es posible que en ocasiones no sea lo más conveniente intentar atajar y abolir la angustia, drogarla, y a lo mejor deberíamos más bien interpretarla de otra manera o hasta, como hacía nuestro autor, estimularla ¿O acaso cuándo nosotros tratamos la angustia en la consulta tratamos solo la, digamos, dañina y dejamos indemne la que se ha llamado enriquecedora? Y otra posibilidad sería que en realidad esta concepción positiva de la angustia fuera algo trasnochado, un pensamiento consolador  creado por unos cuantos filósofos angustiados. Todas estas preguntas están propiciadas por la lectura de la obra de D. Miguel, por la peligrosa e intrigante relación que tiene lo que el creó con su angustia, angustia que realmente el amó y buscó y angustia por la que él también sufrió. Y esta creación creo que puede ser útil no sólo para entender algo mejor lo que es la angustia, sino también para una comprensión más holística del hombre de carne y hueso, que fue en resumen lo que él pretendía    
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Y para terminar me gustaría leer, como último botón de muestra de la importancia que D. Miguel da a su angustia, el siguiente párrafo de su obra La vida de Don Quijote y Sancho:
“No sé lo que conquisto a fuerza de mis trabajos”, digo con Don Quijote. Y Don Quijote tuvo que decirlo en uno de esos momentos en que sacude el alma el soplo del aletazo del ángel del misterio; en un momento de angustia. Porque hay veces que, sin saber cómo y de dónde, nos sobrecoge de pronto, o al menos sin esperarlo, atrapándonos desprevenido y en descuido, el sentimiento de nuestra mortalidad.
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Cuanto más entonado me encuentro en el tráfago de los cuidados y menesteres de la vida, estando distraído en una fiesta o en agradable charla, de repente parece como si la muerte aleteara sobre mí. No la muerte sino algo peor, una sensación de anonadamiento, una suprema angustia. Y esta angustia, arrancándonos del conocimiento aparencial, nos lleva de golpe y porrazo al conocimiento sustancial de las cosas... A fuerza de ese supremo trabajo de congoja conquistarás la verdad, que no es, no, el reflejo del universo en la mente, sino su asiento en el corazón. La congoja del espíritu es la puerta de la verdad sustancial”

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