miércoles, 13 de octubre de 2010

Desear a Adonis



 Mª Teresa Cañas
 Cuenta la leyenda que en la tierra de Saba un día un árbol de mirra crujió, se abombó y rajó, dando luz a un bello niño, un niño tan precioso que hasta la Envidia lo alabó. Se trataba nada más ni nada menos que Adonis, cuyo nombre aún hoy en día sigue siendo sinónimo de excelencia en belleza masculina. Voy a relatar lo que nos dice esa leyenda sobre la concepción de Adonis, su hermosura, las disputas que causó entre las diosas, su muerte, las flores a las que se ligó y los jardines consagrados para él. No podré hablar de sus acciones ni de sus desdichas o pasiones o desengaños. Era tan hermoso que la leyenda se olvidó de él y por tanto sólo habla de aquello que su belleza provocó pero apenas nada de lo que deseó él.

En realidad el árbol del que nació Adonis no fue en un principio un árbol sino su madre, Esmirna, metamorfoseada en árbol por los dioses, un árbol de mirra que simbolizará ya para siempre las lágrimas y el dolor. Y es que Esmirna había sufrido una gran pasión, una pasión criminal y prohibida: se había enamorado de su padre, Cíniras, el rey de Chipre. Esta pasión fue el castigo que Afrodita, la verdadera protagonista de esta historia, infringió a Cíniras, ya que el muy estúpido tuvo la osadía de jactarse de la belleza de su hija y compararla con la de ella, que es la diosa del deseo y del amor. Un buen castigo para un padre tan vanidoso. Así que Esmirna una noche que Cíniras estaba borracho se introdujo en su lecho, de incógnito, y según dicen las malas lenguas de la leyenda no fue sólo esa noche ni la siguiente ni la de después, sino cada una de las noches hasta que el rey Cíniras, deseoso de ver a su amante desconocida, encendió una luz y al descubrir que la amada era su hija, según algunos intentó matarla y según otros se suicidó él. Esmirna, aterrorizada y muy triste, huyó, reconoció su culpa y pidió auxilio a los dioses y entonces fue cuando uno de ellos, probablemente Afrodita, la protagonista de esta historia, la convirtió en el árbol de mirra que se abombo y rajó, dando como fruto a Adonis, el niño más bello que jamás vio una diosa, hijo de su hermana y de su abuelo, aquél que hasta la Envidia alabó...

Afrodita ocultó al hermoso niño en un arca que confió a Perséfone, la diosa de los Infiernos y segunda protagonista de esta historia. No han llegado hasta nosotros los motivos por los que aquélla confió el arca a ésta y, como se trata de asuntos de diosas, es preferible no especular mucho sobre ello. Bien fuera porque quería ocultarlo de los ojos de otros dioses, bien porque quisiera condenarle ya recién nacido a los Infiernos, lo que sí está claro es que no creyó que Perséfone, la diosa de la noche, abriera el arca, como hizo, y viera al  bello niño, se encariñase con él y lo criase en su palacio. Creció por tanto el precioso niño en el palacio oscuro hasta que se convirtió en un joven tan hermoso que Perséfone le hizo su amante. Afrodita, al enterarse, se enfureció y le reclamó al joven, negándose a ello la altiva diosa del Infierno.

Así que Afrodita, Venus la llamarían los romanos, solicitó ayuda a Zeus, el padre de los cielos. Pero éste, algo celoso por el interés de la diosa por Adonis, no quiso tomar parte y le encargó a la ninfa Calíope que presidiese un tribunal que se ocupara de ello. Y este tribunal decidió que ambas tenían igual derecho sobre el bello Adonis y que por tanto una tercera parte del año lo pasaría con Afrodita, otra tercera parte con Perséfone y la última tercera parte sería para lo que él desease, libre de las exigencias amorosas de las dos diosas. (Según dicen algunos, Afrodita más tarde se vengaría cruelmente de la ninfa Caliope por este veredicto tan equitativo e inspiraría a las mujeres tracias un amor tan inflamado por Orfeo, el hijo de Calíope, que al no verse correspondidas por éste le cortarían entre todas la cabeza)

Pero es en esta parte de la leyenda donde Afrodita, la verdadera protagonista de esta historia, demostró todo su poder de seducción, su atractivo y su belleza, con los que hasta al mismo Zeus tiene cautivado. La diosa del amor, con sus artes, pudo convencer fácilmente a Adonis para que renunciase primero a su tercio de tiempo libre y luego fuera arañando el tiempo que le correspondía con Perséfone. Y Adonis, que ha sido hecho para ser deseado pero que sobre sus deseos nada se sabe, fue realizando lo que Afrodita, la diosa del deseo, sugería, desobedeciendo la orden que el tribunal dio y pasando todo el año junto a ella, desdeñando a la libertad y al Infierno.

Perséfone, enfurecida, le dijo a Ares, el dios de la guerra y reconocido amante de Afrodita, que observase cómo ésta prefería a Adonis antes que a él. Ares, celoso, se disfrazó de jabalí salvaje y clavó todos sus dientes en la ingle del bello joven y lo derribó moribundo en la rojiza arena. Afrodita se hirió al intentar socorrer a su amado y con su sangre derramada, las rosas, que al principio eran blancas, fueron teñidas para siempre de rojo. Además, de la sangre del propio Adonis surgió una flor de su mismo color, la anémona, cuyo disfrute es corto, como dice Ovidio, ya que los mismos vientos arrancan a la que está mal sujeta y pronta a caer por su excesiva falta de peso. Por eso, Adonis será siempre un nombre ligado también al de la vegetación, al árbol de la mirra, la rosa y la anémona. En su honor, la misma Afrodita consagró unos famosos jardines formados por plantas que las mujeres sirias regaban con agua caliente, por lo que nacían rápidamente y morían enseguida, simbolizando la prematura muerte del bello Adonis.

Lo que no siempre cuenta la leyenda es que Afrodita, abrumada por el dolor, suplicó tanto y tan insistentemente a Zeus –que como ya hemos dicho la miraba con buenos ojos- que éste al fin consintió que Adonis pasara la mitad del año más oscura con Perséfone, la diosa de los infiernos, y la otra mitad del año, la más luminosa, con la propia Afrodita.

Adonis pasó a representar entonces el espíritu de la vegetación anual, la semilla que permanece oculta en la tierra durante una parte del año (con Perséfone) para poder germinar luego. Y es por ello por lo que Adonis no es sólo la expresión de una belleza masculina vegetal, pasiva y amedrentada, que carece de la heroicidad de un Aquiles o de un Hércules. Su misión es de otra índole pero no por ello menos valiosa: es el portador de algo tan bello que, deseado tanto por la diosa del amor como por la diosa de la noche, irá alternándose entre una y otra en un pacto divino, de la oscuridad bajo tierra a la luz sobre ella, de Perséfone a Afrodita, del infierno al amor, convirtiéndose así en semilla permanente que se oculta y fructifica, eternamente.

Publicado en la Revista Axis, Sección Médicos y artistas, Febrero 2006

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