miércoles, 13 de octubre de 2010

En busca del sentido de Viktor Frankl



En memoria del Prof.  José Luis Rubio


Dudé un poco antes de leer la última página del libro. Por un lado, el deseo de seguir en ese estado de desprendimiento del uno-mismo cotidiano al que lleva una lectura que interesa; por otro, las ganas de apurar hasta la última gota de ese texto para empezar su digestión, permitir que el significado de sus palabras pase a los nervios y vasos y llegue a ese lugar misterioso de dentro de nosotros que parece reírse de la ciencia. Opté por esto último. El último párrafo ya lo conocía; lo había leído, escuchado o soñado en otra época. Era el siguiente: “Nuestra generación es realista, pues hemos llegado a saber lo que realmente es el hombre. Después de todo, el hombre es ese ser que ha inventado las cámaras de gas de Auschwitz, pero también es el ser que ha entrado en esas cámaras con la cabeza erguida y el Padrenuestro o el Shema Yisrael en sus labios”. Se trataba del libro El hombre en busca de sentido del psiquiatra Víktor Frankl.

Viktor Frankl nació en Viena en 1905 en el seno de una familia judía. Mantuvo siendo adolescente relación epistolar con Sigmund Freud y posteriormente fue discípulo de Alfred Adler, lo cual no le impidió crear más tarde una nueva escuela, la logoterapia, llamada también la tercera escuela vienesa de psicoterapia. Obtuvo el título de doctor en Medicina en 1930 y en 1938 fue nombrado Jefe del Departamento de Neurología del Hospital Rostchild. En 1942, ya casado, fue hecho prisionero por los nazis, al igual que su mujer, embarazada de su primer hijo, sus padres y sus hermanos. Pasó por cuatro campos de concentración, uno de ellos Auschwitz, donde permaneció hasta su liberación en 1945. Durante esos años murieron su mujer, sus padres y su hermano.

Tras su liberación volvió a Viena y fue nombrado Jefe del Departamento de Neurología del Hospital Policlínico. Se casó por segunda vez y tuvo una hija. Fue catedrático de neurología y psiquiatría en la Facultad de Medicina de la Universidad de Viena y ocupó varias cátedras en Estados Unidos en las Universidades de Stanford, Dallas, Harvard, San Diego y Pittsburg; fue presidente de la Sociedad Médica de Psicoterapia de Austria; recibió varios doctorados Honoris Causa; impartió conferencias y cursos alrededor de todo el mundo; escribió treinta y dos libros, que han sido traducidos a varios idiomas, además de una gran cantidad de artículos; obtuvo el grado de Doctor en Filosofía, en 1949, con una tesis doctoral que, en su traducción al castellano, es conocida con el título de La presencia ignorada de Dios. A los 67 años consiguió la licencia de piloto de aviación. Murió el 3 de Septiembre de 1997, a los 92 años.

El libro El hombre en busca de sentido es un relato autobiográfico de los años pasados en los campos de concentración nazi. Escrito desde las entrañas, narra la búsqueda estremecedora del motivo para continuar viviendo en un hombre al que solo le queda, como él dice, su existencia desnuda. En sentido literal. Despojado de alimentos, de ropa, de dignidad, de expectativas de vida, sometido a golpes y humillaciones de forma permanente, con el hambre acechando continuamente en el pensamiento, narra como la huida hacia su propio interior, las ensoñaciones, el recuerdo patente de las personas que amaba, la belleza inevitable de las puestas de sol, el sentido del humor entre los prisioneros y la solidaridad de algunos de ellos, resultaba un acicate importante para seguir viviendo. Pero sobre todo cuenta que, en ese mundo en que el único fin y el único valor era la supervivencia de uno mismo y de sus amigos, el mantenimiento del sentimiento de la propia individualidad, con una libertad interior y un valor personal, era posible. Al hombre, dice, se le puede arrebatar todo excepto la última de las libertades humanas –la elección de la actitud personal ante un conjunto de circunstancias –para decidir su propio camino. Y que esta elección es una decisión íntima que puede hacerse en cualquier situación, entre las que se incluyen las que conllevan profundo sufrimiento, como fue su experiencia en estos campos de concentración, que podía convertirse en una victoria, un triunfo interno, o bien ignorar el desafío y limitarse a vegetar como hicieron la mayoría de los prisioneros. La conclusión de Frankl es clara: lo importante no es lo que esperemos de la vida, sino lo que la vida espere de nosotros. Vivir es asumir la responsabilidad de encontrar la respuesta a los problemas que ello plantea y cumplir las tareas que la vida asigna continuamente a cada individuo. El hombre es, dice, el ser que siempre decide lo que es y en estas circunstancias límites en ambos bandos encontró dos tipos de hombres: los “decentes” y los “indecentes”. Y reconoce que fueron los mejores, justamente, los que no regresaron. La segunda parte de este libro explica los conceptos y técnicas fundamentales de la logoterapia, basada en esta concepción del hombre. A pesar de la crudeza de los hechos que relata, el texto rezuma optimismo sobre las posibilidades del ser humano, optimismo que, dada las experiencias que sufrió el autor, debe al menos ser tenido en cuenta.

Cuando finalicé la lectura, coloqué el libro en la estantería. Me dispuse a preparar la cena. Mientras la televisión al fondo hablaba de las habituales muertes absurdas, del blablabla de los políticos, del maltrato de las mujeres, del glamour de las actrices, piqué las cebollas y corté en rodajas las patatas. Puse el aceite a calentar mientras pensaba, como cada noche, que la sartén estaba descascarillada y debería comprar una nueva. Cuando llegaron las noticias deportivas vino súbitamente a mi memoria el vocablo “Viktor Frankl”. Pero, a pesar del relato impactante que había leído por la tarde, este nombre vino acompañado de la misma imagen que le ha acompañado en los últimos quince años. Es la imagen de un hombre ya de edad, de barba impecable y modales impecables. Fuma en pipa en una época en que fumar no es un signo de debilidad sino de distinción. Es José Luis Rubio, catedrático de Psicología de la Universidad de Valladolid, ya fallecido. Habla bastante con nosotros, médicos jóvenes en formación de la especialidad de psiquiatría del Hospital Clínico de esa ciudad. Se refiere a cosas que a veces no entendemos y a veces no nos interesan. Somos jovencitos desasosegados y ansiosos por aprender los sistemas de neurotransmisión cerebral, la psicofarmacología, los síntomas primarios de Schneider, las claves de la técnica en la psicoterapia de apoyo y, en los momentos de rebelión, por entender lo que significa el goce de Lacan. El Dr. Rubio, con voz suave, a veces, hace recomendaciones. Me dice: “Lea usted a Víktor Frankl”, así, de usted, como él siempre llamaba a los psiquiatras en formación.

Le hice caso. En mi librería guardo varios volúmenes de este autor sobre logoterapia, que llené de subrayados y notas al margen, de los que no recuerdo nada. Obvié la lectura de su libro princeps, El hombre en busca de sentido. Conocía su contenido. Un relato personal sobre una experiencia tan ajena a la mía no me enseñaría nada práctico, pensé. Entonces yo aún no sabía que las sustancias que forman el ser humano también están compuestas de átomos de misterio y de destino.

Hace unas semanas mi marido, en una de sus remesas periódicas en la librería, trajo, entre otros, este libro. Días después un amigo me habló de refilón de él. Y lo he abierto como se abre un cofre de recuerdos, bajo la mirada atenta del Dr. Rubio, fuera del espacio y del tiempo. Ya lo he cerrado. Una urdimbre invisible e imperecedera que empieza en Viktor Frankl, sigue por José Luis Rubio, mi marido, mi amigo, yo, aquél que ojee estas letras y lea un libro de Frankl, se ha creado. Una urdimbre ajena e indiferente a la formada por los espectadores anegados por la inundación de colores y sonidos que en este momento salen de la televisión. Y tan real como ella. “Lea usted a Viktor Frankl”.

Publicado en Revista Axis, Octubre 2004,  Sección Médicos y artistas

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